La salud mental se construye. No es un plus que obtenemos con cuando logramos un propósito, no está al final del arcoiris, y no es algo que podemos comprar junto con las vitaminas del mes.
El reto de alcanzarla es que viene acompañada de muchos obstáculos como soledad, dudas, tristezas, miedos y frustraciones.
Como si fuera la práctica de la filosofía, la psicoterapia nos enseña que la tarea más valiosa que hay es conocernos a nosotros mismos. Y muchas veces deseamos llevar esa lucha en silencio y en solitario.
Si queremos estar en forma, vamos por una rutina con el entrenador. Si queremos comer mejor, vamos con la nutrióloga. Y si deseamos cuidar nuestra salud, sacamos consulta con el internista. Pero cuando queremos lograr nuestro equilibrio mental y el bienestar interior, ¿a quién acudimos? La mayor parte de nosotros, no vamos con nadie.
Decía el genio Salvador Dalí: “mi locura es sagrada, no la toquen”. Deberíamos pensar igual. Creemos que ir a terapia es para locos, pero no vemos lo valiosa que es nuestra locura para la salud mental.
La terapia es un trabajo interno, en donde el éxito es la salud mental reflejada en el equilibrio de las partes que integran nuestro todo: relaciones sociales y afectivas, familia, trabajo, entretenimiento y ejercicio de nuestros talentos, entre varias más.
No va a terapia quien se considera loco, sino quien quiere recuperar la estabilidad que ha perdido en su torbellino de emociones.
Entre locura y cordura sólo media la apreciación. Depende de cómo califiquemos nuestras vivencias y nuestra historia.
Erasmo de Rótterdam, humanista y filósofo holandés, publicó en 1511 su Elogio a la locura, un maravilloso texto en el que nos hace comprender que lo compasivo y divertido que tenemos los seres humanos, provienen de nuestra locura. Dice que “nadie ignora que todas las cosas humanas…tienen dos caras totalmente diferentes”.
Nos tratamos mejor cuando somos más económicos en nuestras previsiones. Si generamos grandes expectativas, sufrimos grandes dolores cuando éstas no se cumplen. Al tener perspectivas modestas, también nuestros descalabros se vuelven pequeños.
El sombrero de Alicia en el país de las maravillas, decía: “no estoy loco, sólo es que mi realidad es diferente a la tuya”. ¿Te suena? ¿Cuántas veces hemos creído que alguien está loco por hacer y decir cosas que no pasarían por nuestra mente?
Para otros, estamos tan locos como los que a nosotros no nos parecen cuerdos. La locura, vista de una forma algo trivial, es propia de cada uno de los que estamos vivos, pues que cada historia es única, y no puede analizarse a la luz de otras vidas.
Es como la historia de nuestros ojos: ¿recuerdas ese reto viral en internet, en el que discutíamos si el vestido era dorado o azul? Nuestros ojos tienen una memoria hecha de nuestras vivencias. No hay forma de que una persona tenga razón absoluta, porque toda verdad depende de una circunstancia y una memoria individual.
Me gusta pensar que ir a terapia, quizá nos lleve a ver que no estamos tan cuerdos como soñamos, ni tan locos como imaginamos.