Erróneamente se nos ha enseñado que debemos callar lo que nos duele o lo que no hemos podido superar.
En cambio, cuando lo hablamos y lo compartimos, podemos relacionarnos desde nuevas perspectivas con lo que nos lastima.
Es claro que a los terapeutas nos encanta dialogar con nuestros pacientes. Esto es porque al verbalizar los miedos se pueden identificar y resolver.
Considero que hay una relación muy estrecha entre hablar de nuestro problema y sanar, por lo que no debería asustarnos el acudir a un grupo de apoyo, ir a terapia, o contar con alguien que no se canse de escuchar.
Esto último es de verdad complicado, pues por mucho que nos quieran, las amistades y los familiares llegan a un momento el que desean vernos felices y esperando con ánimo el futuro. Pero ya no quieren escuchar nuestras historias repetidas.
Claramente podemos ver que en algún punto, ya se han cansado de escuchar nuestra historia de separación y todas las razones que podemos reiterar sobre el tema.
Esa necesidad que tienes de hablar, y de repetir los escenarios una y otra vez, está mejor canalizada en un grupo de apoyo, y más directamente, con un terapeuta.
En el primer caso, se pueden conocer otros casos similares y compartir experiencias. Siempre ayuda el no saberse solo y ver que hay muchos casos similares con resultados sorprendentes de recuperación.
¿Por qué la segunda opción es mejor? Porque la plática en terapia se da en un campo imparcial y seguro. Profesional, sobre todo. El juicio está fuera de lugar y lo que se trabaja es la forma de estar mejor.
Sé que hablar de lo importante, con la persona correcta y en el momento oportuno, puede significar la diferencia entre recuperarse o no.